“Stitches by Hugo” una puntada de esperanza en el corazón de Nueva York

Más de 160 personas, en su mayoría mujeres latinas, han encontrado en la costura un nuevo comienzo gracias al compromiso incansable del diseñador Hugo Herrera

Cada sábado en la mañana, un pequeño taller de costura y diseño en el corazón de Manhattan cobra vida con la presencia de un grupo de personas, en su mayoría mujeres latinas, que llegan con el deseo de aprender un oficio, crecer, generar ingresos y recuperar la confianza. Más que un espacio de formación es un lugar donde se tejen historias de superación y comunidad.

La fuerza de esta iniciativa nace del compromiso genuino de su fundador, Hugo Herrera, un colombiano migrante que convirtió la costura en una herramienta de transformación, con cada clase, con cada puntada, entrega mucho más que conocimiento, ofrece consuelo, dirección y propósito. Su historia está marcada por la generosidad y la resiliencia, pero también por una profunda vocación de servicio, lo que comenzó como un gesto solidario entre él y su esposa Nidia, hoy es una misión de vida que toca corazones, restaura autoestimas y devuelve la esperanza a quienes llegan buscando una segunda oportunidad.

“Stitches by Hugo” ya cuenta con la estructura legal de una organización sin fines de lucro. /Cortesía

“Esto no nació de un negocio, ni de una estrategia, nació de una promesa. Yo le dije a Dios que, si me daba el conocimiento, yo lo compartiría, y así ha sido; nunca he cobrado por enseñar, porque para mí esto es un ministerio. Enseñar es dar herramientas para que la gente levante su autoestima, genere ingresos, y entienda que vale; hay muchas mujeres que llegan acá sin saber agarrar una tijera, con miedo, con inseguridad, pero cuando se ponen esa falda hecha por ellas mismas, algo cambia, se les ilumina el rostro y eso, eso no tiene precio”, dijo Hugo con emoción.

La historia migratoria de Hugo comenzó mucho antes de llegar a Nueva York en 2001. En 1977 dejó Colombia rumbo a Venezuela, en busca de un mejor futuro para él y su familia. Allí se formó en patronaje y, junto a su esposa, fundó una pequeña fábrica de ropa que durante varios años les permitió salir adelante. Pero sus sueños eran más grandes, así que fue el primero en dar el salto a Miami, donde trabajó en una tienda en Coral Gables que vestía a figuras reconocidas como Don Francisco, confeccionó prendas para expresidentes y atendió a otras personalidades de la farándula.

El escenario neoyorquino, uno de los más importantes del mundo de la alta costura, tampoco fue ajeno a su talento. Su trayectoria se consolidó al trabajar con dos gigantes de la moda internacional, Marc Jacobs y Donna Karan, experiencias que marcaron un antes y un después en su carrera como diseñador. Con el tiempo, su llegada a Nueva York también abrió paso a un propósito más profundo; lo que había comenzado como un acto de generosidad fue tomando fuerza y con los años se convirtió en una misión de vida, crear una escuela de costura para personas migrantes, sostenida con sus propios recursos y guiada, como él mismo afirma, por un deseo que Dios puso en su corazón.

Se hizo viral

No se descuida ningún detalle al elaborar una nueva pieza en el taller “Stitches by Hugo”. /Cortesía

La magnitud del impacto de “Stitches by Hugo” quedó en evidencia cuando hace poco un video en TikTok se hizo viral y multiplicó el interés por el programa, lo que antes era una lista de espera de 400 personas hoy supera las mil, una respuesta abrumadora que no solo refleja el reconocimiento al trabajo de Hugo y su esposa, sino también una necesidad urgente dentro de la comunidad migrante de aprender un oficio que les abra camino, les devuelva la confianza y les permita construir una vida digna en un país nuevo.

“Durante años lo hemos hecho todo con nuestros propios recursos, desde las clases hasta los materiales. Vamos a recoger máquinas usadas, yo mismo las arreglo y las regalamos, tenemos un ambiente muy familiar, las alumnas llegan con su cafecito, su pan, su alegría y, sobre todo, su fe, pero no creas, a veces no dormimos pensando cómo organizarnos para no fallarle a nadie, porque esto ya no es mío, es de la comunidad. Es de esas mujeres que salen adelante, que luego cosen para su iglesia, para sus hijos, para emprender”, explicó Hugo.

El programa es mucho más que un curso técnico. Es una alternativa accesible para quienes, por razones económicas o migratorias, no pueden acceder a una formación tradicional, mientras estudiar diseño y costura en una institución formal puede costar miles de dólares, aquí se ofrece una oportunidad real de aprendizaje, sin barreras, con calidez humana y propósito. En lugar de una matrícula costosa, se recibe una donación simbólica destinada a cubrir los gastos de la ceremonia de graduación: el alquiler del espacio, los diplomas y un refrigerio sencillo para las familias.

Las clases se imparten los sábados de 9 a.m. a 1 p.m. en grupos pequeños. Desde su fundación en 2015, más de 160 hombres y mujeres de distintos orígenes se han graduado del programa, donde durante ocho semanas aprenden técnicas de patronaje, corte, confección y diseño; algunos reciben máquinas de coser que el propio Hugo repara con esmero. Cada ciclo culmina con una ceremonia de graduación que celebra el esfuerzo, la creatividad y la transformación personal, para Hugo, ese es el momento más significativo del proceso formativo.

“La graduación es lo más bonito de todo el proceso, siempre les digo que guarden su vestido, que no lo usen antes del desfile, porque ese día tiene un significado especial. Ese vestido representa más que una prenda, es símbolo de su esfuerzo, su paciencia, su valentía. Cuando desfilan con él, rodeadas de sus hijos y sus familias que aplauden emocionados, es como ver una historia de superación caminar frente a uno, a veces se me escapan las lágrimas, porque sé lo que muchas han vivido para estar ahí. Para mí no hay mayor recompensa que verlas brillar con lo que ellas mismas crearon, ese momento es sagrado”, comentó visiblemente emocionado.

Un espacio donde sanar

Las palabras de Hugo cobran vida en la historia de Zaida Quizhpi, una exalumna ecuatoriana que encontró en el taller mucho más que una formación técnica. “Yo venía de trabajar en fábricas, siempre repitiendo las mismas tareas. Con Hugo aprendí lo que nunca imaginé, pero que siempre había soñado, a tomar medidas, cortar patrones y confeccionar prendas completas; pasé de ser una operaria y entendí realmente lo que es la confección. Esa oportunidad me cambió la vida, ahora trabajo a su lado y sigo creciendo y a ayudando a otras personas a que tengan las mismas oportunidades que yo he tenido”, dijo la exalumna.

Zaida no solo aprendió a coser en el programa, también encontró un espacio donde sanar y reconocerse. Recuerda con emoción el impacto que tuvo en su vida formar parte de esta comunidad. “Llegué sola a Nueva York hace 25 años, y como muchas migrantes, buscaba estabilidad, en las clases encontré una comunidad que me apoyó desde el primer día, nunca imaginé que iba a desfilar con un vestido hecho por mí, frente a mi hija y mis amigas, ese día entendí todo lo que había logrado; me sentí orgullosa y segura, fue una emoción que todavía llevo conmigo”.

Impacto emocional

La graduación es uno de los momentos más emotivos para las futuras costureras. /Cortesía

El impacto emocional de este proyecto también se refleja en la dedicación incansable de Nidia, esposa de Hugo, maestra en el taller y pilar fundamental desde sus inicios. Llevan 52 años de casados y, aunque ella llegó a Estados Unidos después que él, se sumó de inmediato a la misión. Aprendió a coser desde joven en Colombia y hoy comparte ese conocimiento con paciencia y amor. “Hay mujeres que entran al taller sin saber nada, ni pegar un botón, pero con paciencia y fe salen haciendo sus propias faldas, felices, ver esa alegría en sus rostros es lo que me llena. Cuando yo les muestro cómo se hace una pieza y luego se la colocan y se miran al espejo con orgullo, eso me da motivos para seguir”, contó.

A sus 70 años, Hugo siente que su labor apenas comienza y según él mientras tenga fuerzas, seguirá acompañando a más personas en el camino hacia sus sueños. Su mayor anhelo es que el proyecto continúe incluso cuando él ya no esté, con más espacios, más maestros, más graduaciones y más faldas cosidas con orgullo. Está convencido de que no se necesita una gran inversión para aprender, basta con una máquina de coser, determinación y alguien dispuesto a enseñar con generosidad.

Sin fines de lucro

Aunque “Stitches by Hugo” ya cuenta con la estructura legal de una organización sin fines de lucro, aún necesita apoyo para seguir creciendo. Instituciones de El Bronx han mostrado interés en replicar el modelo con poblaciones especiales, un reflejo del impacto que ha tenido esta iniciativa. En medio de la sencillez de su taller, Hugo guarda una convicción profunda que resume el espíritu de todo lo que ha construido. No busca reconocimientos ni recompensas materiales; lo que realmente lo impulsa es ver florecer a quienes un día llegaron con miedo y hoy caminan con seguridad.

“Yo no me llevo nada, pero ayudar a alguien a descubrir su potencial, eso sí me lo llevo en el corazón. Si uno sabe algo, debe compartirlo, sin egoísmo, porque eso, al final, es lo que más llena el alma”, concluyó el maestro.

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