Aunque representan más de la mitad de la población, su participación política sigue siendo baja
El Congreso Nacional, un órgano llamado a representar a la población dominicana, se mantiene como una estructura donde el poder es cosa de hombres. Aunque han aumentado su matrícula de 56 legisladoras en el cuatrienio 2020-2024 a 78 en el período 2024-2028, las mujeres siguen relegadas a puestos secundarios y sin un mando real en el Poder Legislativo.
En los asientos de poder del Congreso y en las distintas comisiones, las mujeres han sido desplazadas históricamente a funciones complementarias: casi no dirigen equipos claves, no son voceras y, a lo largo de la historia, solo tres han logrado sentarse en la silla de la presidencia congresual.
Actualmente, de las 82 comisiones permanentes entre ambas cámaras legislativas, solo 11 están presididas por mujeres.
En la Cámara Baja, que cuenta con 74 diputadas y 52 comisiones permanentes, únicamente siete equipos están encabezados por mujeres. Estas son las comisiones de Asuntos de Equidad de Género (Brenda Ogando), Dominicanos en el Exterior (Kenia Bidó), Educación Superior (Elvira Corporán), Ética (Yuderka de la Rosa), Familia (Nelsa Shoraya Suárez), Juventud (Chavely Melina Sánchez) y Reconocimientos (Dilenia Santos).
En el Senado la situación no mejora: de 30 comisiones permanentes, solo cuatro están lideradas precisamente por las únicas cuatro senadoras que existen. Las presidentas son Ginette Bournigal (Turismo), Lía Díaz (Salud), María Mercedes Ortiz Diloné (Relaciones Exteriores) y Aracelis Villanueva (Equidad de Género).
En esa misma ala congresual, solo dos legisladoras son vicepresidentas de comisiones del Senado. Ortíz Diloné es la segunda al mando en la comisión de Desarrollo Municipal, mientras que Villanueva tiene la misma función en el equipo de Presupuesto. Todo esto mientras los hombres repiten como presidentes y vicepresidentes en distintas comisiones permanentes de la Cámara Alta.
Sin portavoz femenina
La desigualdad se profundiza al observar la dirección de los bloques partidarios. Actualmente, ninguna mujer funge como vocera política en el Senado ni en la Cámara de Diputados. En el pasado cuatrienio (2020-2024), solo Faride Raful rompió esta tendencia al ser vocera del Partido Revolucionario Moderno (PRM) en el Senado durante tres años.
En cuanto al liderazgo institucional del Congreso, las mujeres están relegadas a roles secundarios. En el Senado, las dos secretarías están ocupadas por Lía Díaz y Aracelis Villanueva, mientras que en la Cámara de Diputados la vicepresidencia la ocupa Dharuelly D´ Aza y la secretaría está en manos de Eduviges Bautista.
Pocas presidentas
Aunque la situación se evidencia ahora, la historia no ofrece un panorama muy distinto. Desde la creación del Congreso Nacional, solo tres mujeres han ocupado la presidencia de una de las cámaras. Ellas son Rafaela Alburquerque, que fue la primera mujer en presidir la Cámara de Diputados desde el 1999 hasta el 2003; Lucía Medina, que presidió el mismo órgano en el 2016 y Cristina Lizardo, que fue la presidenta del Senado en el período 2014-2016.
Desafío desde los partidos
Para Janet Camilo, exministra de la Mujer, la llegada de 74 diputadas al Congreso representa “un hito”, pero a la vez un reto porque, a su juicio, el mayor obstáculo no está en la sociedad, que ya reconoce reales liderazgos femeninos en los puestos de poder, sino dentro de los partidos políticos, donde persiste una estructura interna que continúa promoviendo a los hombres por encima de las mujeres en los cargos de alta decisión.
Según la exfuncionaria, este contraste entre una mayor representación de la mujer en el Congreso y el poco acceso al poder refleja un desafío: más mujeres están llegando al Congreso, pero siguen ausentes de los espacios de decisión.
Aún con barreras
La diputada Seliné Méndez, que funge como vicevocera de la Fuerza del Pueblo en la Cámara Baja, reconoce que, aunque ha habido avances, las mujeres “siguen teniendo que esforzarse mucho más” para acceder a posiciones de liderazgo y consideró que la situación no responde a una falta de capacidad, ya que muchas de las mujeres electas “tienen la preparación y experiencia para asumir roles de mayor responsabilidad”.
Al igual que la exministra Camilo, la diputada adujo que las mujeres enfrentan barreras dentro de los propios partidos, que “rara vez” impulsan su liderazgo y nunca las proponen como presidentas de los órganos legislativos o de comisiones porque los partidos las tratan “como una cuota”.
Para mejorar la situación, Méndez propuso un enfoque más equilibrado en el Congreso, de modo que, si un año un cargo de poder recae en un hombre, al siguiente se le dé paso a una mujer.
Exclusiones enfocadas
Ramieri Delgadillo, activista por los derechos de las mujeres y las niñas, entiende que esta exclusión no es casual. Sostiene que la mayoría de las comisiones presididas por mujeres están vinculadas a temas tradicionalmente considerados femeninos, como género, familia y juventud, mientras que las áreas más influyentes siguen en manos masculinas.
A través de su experiencia en investigaciones académicas, Delgadillo dijo que constató cómo estas limitaciones impiden que se legisle con perspectiva de género y restringen el avance de agendas prioritarias para las mujeres.
En el contexto actual, el bajo impulso femenino en el Congreso ha provocado que iniciativas como la eliminación de impuestos a las toallas sanitarias, la pieza para equilibrar las candidaturas electorales en 50 % para hombres y 50 % para mujeres o la propuesta para fortalecer las sanciones por violencia de género queden congeladas en las comisiones que las estudian presididas e integradas por hombres, en su mayoría.