Pese a la lluvia, Festival de la Calle 116 celebró cuatro décadas de historia por todo lo alto

El corazón del evento vibró al ritmo de “Qué bonita bandera, la bandera puertorriqueña”

Lo que comenzó como una celebración improvisada con cartones en el piso y un par de parlantes, hoy es uno de los festivales latinos más representativos de Nueva York. El Festival de la Calle 116 celebró este fin de semana su 40 aniversario llenando de música, orgullo y energía comunitaria el corazón de El Barrio, como es conocido este sector de la ciudad. Nacido del ingenio popular y el amor por la cultura hispana, su fundador, Nick Lugo, lo recuerda como un gesto espontáneo que se convirtió en legado.

“Para que sepan, empezamos en la calle 116, literalmente en la acera. Pusimos unos cartones, unos parlantes e hicimos todo el ruido que pudimos, en ese momento dijimos esto es una buena idea, vamos a seguir creciendo; así fue como comenzó todo. No puedo decir que ha sido fácil, porque no lo fue, tampoco lo fue para nuestros padres, pero con el esfuerzo de muchos y el apoyo de la comunidad, incluyendo a las nuevas generaciones, nuestros hijos, hemos logrado sacar este festival adelante”, relató Lugo entre aplausos, rodeado de quienes han sido testigos del crecimiento del evento.

La carpa del Campeón de los Hispanos siempre al lado de nuestra comunidad. /Jenny Saavedra

Organizado por la Cámara de Comercio Hispana de Nueva York, que preside Lugo, el Festival de la Calle 116 reunió a miles de personas con una vibrante programación artística, puestos de comida criolla, artesanías y presentaciones musicales a lo largo de la Tercera Avenida. El Diario NY, con más de un siglo acompañando a la comunidad latina, ha sido parte activa del festival a lo largo de los años, y en esta edición reafirmó su compromiso como co-patrocinador oficial; desde sus orígenes, el rotativo ha sido un puente entre generaciones de inmigrantes y sus relatos, destacando el legado cultural puertorriqueño y la diversidad que enriquece a Nueva York. El festival no solo exalta el orgullo boricua, sino también el espíritu multicultural de una ciudad construida por muchas voces.

Desde la calle 106 hasta la 122, el Festival ofreció una programación vibrante que llenó la Tercera Avenida con salsa, bomba, merengue, freestyle y reguetón, presentados en tres tarimas que se mantuvieron activas durante toda la jornada. En ellas brillaron artistas como Tito Puente Jr., Frankie Negrón, Brenda K. Starr y Frankie Reese, entre otros, animando a familias completas, jóvenes, adultos mayores y turistas de diversas nacionalidades que se sumaron a la celebración, a lo largo de cada cuadra se vivía un mismo ambiente de fiesta, con música a todo volumen, saludos entre desconocidos, banderas ondeando al viento y una oferta gastronómica tan variada como irresistible; más allá del disfrute, el festival también ha servido como un espacio de reencuentro y una plataforma de revitalización para la comunidad.

“Desde el principio tuvimos claro que queríamos traer de vuelta a los comerciantes y vecinos puertorriqueños que habían dejado de participar. Nuestra meta era que volvieran, que se sintieran parte, y que juntos levantáramos este festival como una plataforma para los negocios y la cultura; cada año seguimos creciendo y reafirmando que esta comunidad tiene una voz, un voto y una presencia real en la ciudad”, dijo Lugo.

Se desbordaba la alegría

Los bailes y trajes típicos de la Isla del Encanto se hicieron presente en el festival. /Jenny Saavedra

A medida que avanzaba el día, la alegría se desbordaba en cada cuadra, la música vibrante, las banderas ondeando y las familias compartiendo el ambiente caribeño creaban una atmósfera festiva en todo El Barrio. El aire estaba impregnado del aroma a alcapurrias recién fritas, mofongo con ajo, bacalaítos crujientes y arroz con gandules, mientras los puestos ofrecían desde dulces típicos hasta camisetas con frases de orgullo boricua; era una celebración viva, colorida, que se sentía en el cuerpo y en el alma. Ni siquiera el aguacero repentino que cayó sobre Harlem poco después de comenzar el festival logró apagar el entusiasmo.

Ni el agua ni el viento frenaron el espíritu festivo. Con ponchos, paraguas y banderas empapadas, la multitud resistió con alegría, lo que pudo haber dispersado a los asistentes, en realidad los unió, los charcos se convirtieron en pistas de baile, las tarimas siguieron activas, los DJ no bajaron el volumen y la música continuó sonando fuerte bajo la lluvia.

Desde dominicanos, colombianos y mexicanos hasta turistas europeos y vecinos del área, el ambiente fue universal, hoy todos se sintieron puertorriqueños, porque el espíritu boricua no se mide en el lugar de origen, sino en el orgullo, la alegría y la resistencia compartida; el evento no solo rindió tributo a Puerto Rico unió a toda la diáspora latina. En cada tarima, en cada esquina, se respiró comunidad.

Así lo describió Evelyn Hernández, que asiste cada año al festival y que salía feliz de la carpa de El Diario después de ganarse un premio en la rueda de la fortuna. “Soy una boricua pura, estamos hablando de muchos años, este festival es único, yo siempre vengo y me da mucha emoción porque me siento como en la isla. Llevamos celebrando nuestra cultura desde los años de mi tatarabuelo, que vinieron aquí como inmigrantes también a trabajar en las cosechas, es un orgullo estar acá porque somos parte de este país”.

Mensaje de unidad

Mientras los asistentes disfrutaban del ambiente festivo en las calles y de la programación artística que ofrecían las tres tarimas del festival, en el edificio de Hunter College, ubicado en la calle 119, se llevaba a cabo un acto protocolario encabezado por legisladores locales y representantes del gobierno de Puerto Rico. En ese espacio más formal, cada orador compartió un mensaje de unidad, orgullo cultural y compromiso con la diáspora, el encuentro reafirmó que la celebración no solo ocurre en la calle, sino también en los espacios institucionales, donde la identidad puertorriqueña se defiende, se honra y se proyecta hacia el futuro.

Así lo expresó el congresista Adriano Espaillat, quien fue uno de los invitados al evento protocolario del festival. “Este es un gran evento, un festival con alma, y Nick hace un trabajo tremendo uniendo a la comunidad cada año. Aquí se celebra la cultura puertorriqueña, su legado y a los pioneros de las comunidades latinas no solo en Nueva York, sino en toda la región, y mientras Dios me lo permita, seguiré viniendo año tras año para apoyar esta fiesta que tanto representa; ahora solo falta que Nick nos regale otra tarima. Sé que lo logrará, porque es un visionario”, dijo el congresista.

Desde Puerto Rico también se hicieron presentes varios alcaldes y legisladores de distintas localidades, quienes viajaron especialmente para compartir con sus coterráneos en Nueva York y vivir no solo este festival sino el Desfile Nacional Puertorriqueño en la Quinta Avenida, que cada año convoca a miles de asistentes y reafirma los lazos entre la isla y su diáspora.

Entre quienes integraron la comitiva oficial se encontraba Milagros Alemania, oriunda de Arecibo, quien acompañó por primera vez a la delegación y no ocultó su emoción al vivir la experiencia.

“Venimos a compartir con nuestra comunidad que vive en Nueva York, para mí es la primera vez y estoy conociendo. Me ha encantado ver tanta gente unida celebrando nuestra herencia”, expresó la funcionaria.

Plataforma de crecimiento

El Festival de la Calle 116 no solo es un espacio para celebrar, bailar y compartir en comunidad; también se ha convertido en una plataforma de crecimiento y conexión para empresarios latinos. Así lo dijo Aileen Guzzo, de origen argentino y quien hoy forma parte activa de la Cámara de Comercio Hispana de Nueva York y recuerda que fue precisamente a través de este festival que conoció a la organización hace diez años. Desde entonces, ha fortalecido lazos con otros emprendedores y ha encontrado en la Cámara un espacio para impulsar iniciativas que apoyan el desarrollo económico de la comunidad latina.

“Soy una pequeña empresaria latinoamericana, tengo una empresa de tecnología, y lo que hacemos en la cámara de comercio es hacer seminarios y conferencias sobre tecnología. A través de eso, la Universidad de Fordham nos ha dado la posibilidad de becar una vez al año a un estudiante latino de la ciudad de Nueva York, quien puede tomar un máster en ciberseguridad, un programa que cuesta más de 100 mil dólares anuales. También hemos logrado otros tipos de becas con otras universidades y el festival ha sido el hilo conductor para lograr todo esto”, afirmó Guzzo.

Mientras tanto bajo la lluvia, la ecuatoriana Victoria Meléndez bailaba con el alma. Su conexión con Puerto Rico va más allá de la fiesta, pues tiene dos hijos boricuas y su esposo, nacido en la isla, falleció hace más de veinte años. “Vengo desde Brooklyn, mi esposo era médico puertorriqueño y en estos últimos años he tenido que venir sin él. Antes veníamos juntos con los niños, pero ellos también ya son grandes, entonces vengo sola y lo disfruto, es muy bonito”, dijo con nostalgia.

Entre miles de historias compartidas bajo la lluvia y entre ritmos caribeños, el Festival de la Calle 116 reafirmó su papel como un espacio de memoria, identidad y pertenencia. Cada rostro en la multitud —desde los que llegaron por primera vez hasta quienes lo viven año tras año— aporta una página a esta gran crónica colectiva de la diáspora. Más allá de la música y la comida, el festival es una declaración viva de orgullo cultural, un puente entre generaciones y una celebración del legado puertorriqueño que, desde El Barrio, sigue resonando en toda la ciudad.

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